El PLD, un partido a la deriva

Por: Guido Gómez Mazara

El ciclo de declive de los partidos tradicionales no es un fenómeno exclusivo del país porque la erosión y pérdida de simpatías en la ciudadanía de la clase política coincidió con el proceso de emergencia del culto al pragmatismo que sustituyó tanto el debate ideológico como la desaparición de los líderes excepcionales.

Sin Peña Gómez, Juan Bosch y Joaquín Balaguer, sus respectivas organizaciones no podían ser las mismas.

Ahora bien, el hecho de que el peso específico de esos liderazgos resultara insustituible se tornó de mayor gravedad debido a dos hechos singulares: el contexto histórico en el que se desarrollaron retrató una época determinada y sus respectivos relevos no exhibían un sentido de trascendencia en capacidad de preservar en la población la noción de apego a valores éticos y sentido del comedimiento en la conducta política.

Las masas sabían que sus caudillos partidarios no tenían como norma ni conducta el apego al dinero. Por eso, los seguían ciegamente y la noción de adherencia a sus aspiraciones presidenciales y reclamos en la sociedad no asociaban el sentido de culto a la “logística” como modalidad de incentivo a las tareas organizacionales.

El sentido de militancia era sinónimo de sacrifico, entrega y abnegación que, con el advenimiento de nuevas reglas y acomodos propios de un tiempo de elasticidad ética, transformaron el panorama y comportamiento de la estructura partidaria que comenzaba a sentirse “muy a gusto” sin la carga moral que traducían los líderes tradicionales.

Post ajusticiamiento de Trujillo, Manolo Tavárez Justo marcó un sentido del sacrifico personal y apego al cumplimiento de la palabra que la dirigencia de izquierda, asesinada en las calles producto de la intolerancia reinante, elevó a categoría mítica.

De ahí la línea de continuidad con un sentido de sacrifico que Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez llevaron a niveles singulares en capacidad de causar ronchas entre sus colaboradores que conocían de la reacción poco civilizada de ambos al darse cuenta de los excesos administrativos de sus colaboradores.

Ahora bien, cuando en 1973 surge el PLD, la herramienta de acorralamiento al PRD se concentró en hacer de la nueva organización una plataforma de látigos constantes respecto de la conducta impúdica de lo “que se abandonó”, y por vía de consecuencia, edificar un criterio de que lo nuevo representaba la parte sana y decente del espectro político.

El problema entre el nacimiento del PLD y su llegada al poder en 1996 consistió en la imposibilidad de preservar una mayoría “prestada” bajo parámetros éticos que imposibilitaban la coherencia fundacional porque la base social y electoral de lo que llegó para ganar, no surgió ni creó conciencia en las enseñanzas del maestro sino combatiéndolo y recreando en el electorado la idea de que el modelo exitoso lo representaba su adversario tradicional.

En medio de tanta confusión provocada por las victorias municipales, congresionales y presidenciales y la permanencia en el poder, el modelo que se impondría era un retrato hablado de la futura desgracia. Y los únicos que no se daban cuenta eran los peledeístas!

Los 16 años de permanencia ininterrumpida del PLD en el Gobierno encontraron un repliegue táctico de franjas de luchadores democráticos que, asqueados del partidarismo, hicieron de la sociedad civil la sombrilla acogedora de sus aspiraciones éticas.

Por eso, el reclamo social articuló nuevos voceros que provenían de experiencias y viejas militancias, ahora concentrados en aspiraciones de carácter revolucionario como un mayor presupuesto para la educación, fortalecer el reclamo de reformas institucionales, crear conciencia sobre una justicia independiente y rendir cuentas.

La incapacidad del liderazgo del partido de Juan Bosch en interpretar las nuevas realidades los hizo arrogantes, altaneros y convencidos de que el Gobierno podía doblar el pulso a todos y derrotar cualquier interés por el adecentamiento.

El partido referencial y de principios perdió la batalla, aunque ganó por años el control absoluto del Ejecutivo.

Eso sí, abrieron el espacio a “otros” sin interpretar que su verdadero valor de respetabilidad consistía en parecerse a Juan Bosch, y no negarlo. Como las letras de la canción de Soda Stereo, y los genios de Gustavo Cerati y Zeta Bosio: De aquel amor/ De música ligera/ Nada nos libra/ Nada más queda.

No están liquidados, pero el PLD es un partido a la deriva.

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