Martina Batista, encargada de enfermería del área de COVID-19 del hospital Francisco Moscoso Puello y Sorileydi Guzmán, responsable de la toma de muestra para detectar el coronavirus en el mismo centro, son dos mujeres que han estado al frente de la lucha contra esta enfermedad desde que esa entidad de salud empezó a tratar a este tipo de pacientes.
En el caso de Martina, no solo fue una de las primeras en brindar asistencia este tipo de pacientes; también fue de las primeras en contagiarse. “Yo me contagié, fui una de la primera de las emergencias generales. Tengo temor si volverme a infectar otra vez. Al principio el personal estaba disminuyendo, caía una, luego la otra”, rememora.
Cuenta que la experiencia que ha vivido no ha sido fácil, así como la de todo el personal médico que han tenido que alejarse de su familia para salvaguardar las vidas de los contagiados.
Martina tienen tres hijos, la mayor de 21 años, una joven de 19 y un adolescente de 15 años y una nieta de tres años y debido a toda la situación y medidas que se deben tomar por la pandemia tuvo que alejarse de ellos durante varios meses.
“Cuando me contagié con COVID-19 tenía como un mes que había mandado a mis hijos para el campo, por la misma situación de que una compañera mía y yo manejamos un paciente y ella se había contagiado”, indica.
Martina narra entre llantos que fue muy difícil para ella y sus hijos afrontar que estaba contagiada. Tenía once días con coronavirus antes de empezar a sentir los síntomas. Tras dos meses de luchar con el virus pudo volver a reunirse con su familia.
Cuenta que al igual que alejarse de su familia, ver a las personas dejar a su paciente con cara de tristeza y poca esperanza de volver a verle, le afecta emocionalmente.
“Bueno, es muy difícil darles la información a los familiares, porque uno se pone en su posición. Ahora mismo el que no ha perdido un amigo, un tío, un hermano, un vecino…. ha sido muy difícil enfrentarnos a esa parte”, dice con palabras entrecortadas.
Cuenta como al principio contaban con poco personal, materiales para trabajar y medicamentos. “Nosotros hacíamos lo que podíamos, nos la ingeniamos. Por ejemplo, para los zapaticos usábamos la misma funda de los trajes de protección y nos lo poníamos, hacíamos lo posible y lo imposible para salir hacia delante”.
Destaca la labor en equipo que se realiza en el centro y explica todo el esfuerzo que realizan por estabilizar a los pacientes, aunque en alguna ocasión se les va de las manos. Martina aconseja a la población crear conciencia pues el COVID-19 no es un juego y se han perdido muchas vidas.
“Creen conciencia, más en este mes, usen su mascarilla correctamente, toda la protección adecuada, porque cuidándose ellos, cuidan a su familia, a los vecinos y esto es una realidad”, dijo.
De su lado, Sorileydi, indica que una de las partes más fuerte que le ha tocado es notificar a un familiar que debe aislarse de su paciente.
“Estoy desde marzo trabajando en la unidad de COVID-19, al principio fue duro empezar a trabajar con los pacientes de coronavirus ya que no había una información de a que se enfrentaban. Yo tengo padres que tienen hipertensión, una madre que en ese momento estaba recién operada, para mí fue difícil, porque tenía que aislarme constantemente. No podía verlos o visitarlos, tenía que tomar todas las medidas necesarias paro transmitir el virus”, dijo.
Cuenta que a pesar de que en la actualidad conocen un poco más del virus y sobre las medidas para no contagiarse es difícil ver morir a las personas. Explica que en muchas ocasiones se sintió identificada con los familiares de los infectados.
“También impotencia, uno siente, el médico no está preparado para ver morir personas. El médico está preparado para regresar le la salud a la persona”, dijo.
Sorileydi resalta que esta pandemia ha creado lazos muy fuertes entre todo el personal de salud que se ha convertido en una gran familia, convirtiéndose uno en el soporte del otro.
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