Comprometidos con unas normas de disciplina inviolables, esos centinelas no sólo obedecen y cumplen la misión que les encomiendan sus mandos.
Mientras el país trabaja, descansa o duerme espacioso en toda la anchura del espacio nacional, una legión de hombres vestidos de camuflaje y bien pertrechados hace de centinela, día y noche, en el extremo lejano que marca el final del territorio dominicano.
Bastante lejos, pero allí corresponde estar a los soldados que protegen los 391 kilómetros, 654 metros y 46 centímetros de lindes fronterizos con Haití.
Estos son los hombres de armas más sacrificados y expuestos a riesgos, siempre resistiendo, como un armazón de concreto, las más rigurosas condiciones de vida en estos agrestes y remotos contornos.
Comprometidos con unas normas de disciplina inviolables, esos centinelas no sólo obedecen y cumplen la misión que les encomiendan sus mandos.
No se quejan de sus carencias, aunque sufren muchas vicisitudes y cumplen con lealtad al país.
Muchos se alejan de sus hogares y dejan sus familias a distancia. Mientras laboran sufren cansancio y sed, tienen que lidiar con ilegales, contrabandistas y ladrones, pero pesa tanto su disciplina que no aspiran siquiera a una queja.
Esto es lo que implica su despliegue en un terreno extenso y peligroso, aparte de los infortunios de sus movimientos constantes a través de un suelo físico abrupto y variable.
Son capaces de mantener resistencia y dominio del ambiente en estos espacios.
El fardo pesado que carga la fuerza militar desplegada en la frontera es ignorado por la mayoría de los dominicanos.
No son nada más que personal uniformado, en postura erguida, armados, observando pasivos hacia la parte que fija los límites del país.
FUENTE: https://listindiario.com