Tenía unos 10 años cuando me diagnosticaron por primera vez un trastorno de ansiedad grave y me recetaron medicamentos.
También fue a esa edad cuando recuerdo haber sentido claustrofobia por primera vez, aunque no aprendería a ponerle nombre hasta mucho más tarde.
Estaba jugando a las escondidas en la casa de un familiar y me metí en un armario. Cuando intenté salir, la puerta no se abría desde adentro.
Empecé a sentir mucho calor y comencé a gritar y llorar. Había gente afuera tratando de ayudarme a abrir la puerta, pero la verdad es que sentí que me iba a morir allí. Debí de haber estado encerrada en el armario durante unos dos minutos, pero me parecieron horas.
Un par de años después, estaba almorzando con mis amigos en un aula de la escuela que tenía una gran puerta de madera. Un niño de nuestro grupo cerró la puerta. Como iba un poco dura, no pudimos abrirla.
Mis amigos lo encontraron divertido, pero yo estaba gritando, llorando y comencé a tener un ataque de pánico. Finalmente, un maestro nos oyó y logró abrir la puerta. A partir de entonces, necesitaba revisar las puertas y las cerraduras dondequiera que fuese.
Fuente: eldiariony.com