Radiografía de la frontera dominico-haitiana: una cuestión de seguridad nacional

REDACCIÓN: El ruido de una motocicleta se hacía más agudo. Acompañado cual película de un polvo espeso dibujado por el viento mientras avanzaba por el trillo rocoso denominado Carretera Internacional, que comunica a Haití y República Dominicana. La mirada indiscreta del ocupante lo detuvo, así satisfizo la curiosidad que le despertó un grupo de periodistas que transitábamos la misma vía. La zona estaba desolada, era la nada. Y encontrarlo, una señal de vida humana. Al ver su rostro, notamos la costumbre de ver personas indagando las precariedades que los arropan, sin imaginar que la misión no era otra que conocer lo que nos pertenecía a nosotros. No bastaba la barrera del idioma. El riesgo de no encontrar otro paisano, acosaba la ansiedad que subyace en la oportunidad. Preguntamos si entendía de frontera, advirtiendo su respuesta. No sabía, no le importaba, le formulamos otra pretendiendo legitimar su nivel de comprensión respecto a los límites del territorio: ¿cuál es tu lado? Y al tin marín señaló más o menos el oeste, mientras extraviaba la mirada observando las montañas. Al final, todo es nada para Louis Bazil.

El camino era largo, tedioso y pedregoso. No había principio ni fin. Pocos pobladores dominicanos en el  trayecto; enorme contraste para la multitud que concentran las grandes urbes del país. Escasea en el criollo la idea sobre la frontera que habita. No había concepto claro, pero sí palabras en común: “algo que nos separa de Haití”.

El Ejército se despliega en la adversidad de un suelo de sustrato geológico variable en un empeño de resistencia y dominio del entorno. El tránsito por la frontera provoca agitación… agotamiento. La zona es de pronunciadas curvas montañosas, altas y bajas precipitaciones, elevaciones que alcanzan los 2 mil metros; y de coexistencia de zonas climáticas árida intermedia, árida, húmeda, colinas elevadas y altitud elevada. En este escenario, el movimiento es elemento en la fórmula de la seguridad fronteriza. Cuando cae la noche, la oscuridad es intensa ante la ausencia de luz eléctrica. La pobreza es acentuada y con pocas señales de ser mermada.

En el cielo, se divisaba un objeto volador con un zumbido distintivo. La tecnología, es aliada en la estrategia. Tenía 4 extremidades cada una con hélices girando. De momento, se mantiene suspendido en el aire, su cabeza parece acechar nuestro movimiento. Era un dron empleado por el Ejército junto al amplio arsenal de dispositivos destinados a la seguridad. La flota vehicular de categorías: livianas y pesadas, forman parte de una amplia lista de pertrechos para la realización de la encomienda.

La frontera, conceptualmente, podría entenderse como zona esclarecedora de lo que se tiene por posesión para distinguirlo de lo que no es propio, de lo que es ajeno, o, más bien, para advertir sobre lo inviolable: el dominio o soberanía del territorio. Aristas temáticas de diversas acepciones se vierten para el abordaje fronterizo. El punto de partida y plano primero está en lo político. No es cuestión de una ideología partidaria de derecha o de izquierda. Hay consenso indiscutido y perpetuo en cuanto a la integridad del territorio y protección del espacio vital, es cuestión de defensa y seguridad nacional. Es política de Estado.

Una mirada histórica a la frontera dominico-haitiana

Cuatrocientos catorce años atrás, la presencia de habitantes en el oeste de Santo Domingo; hubiera dificultado la ocupación francesa allí y, de paso, evitado el drama de la delimitación geográfica en menos de 77 mil kilómetros cuadrados de territorio insular. Circunstancias, que destinaron y prohijaron el asentamiento de dos colonias en un espacio limitado.

Las disputas político-militares de las dos grandes potencias -España y Francia- entre los siglos XVII y XVIII; y solucionadas a través los tratados: Nimega (1678); de Ryswick (1697); Aranjuez (1777) y de Basilea (1795)- repercutió en la división territorial que heredarían las repúblicas emergentes de Haití (1804) y Dominicana (1844)- el denominado utis possidetis iuris– hasta la formulación de convenios bilaterales entre estos para la determinación y rectificación de la línea fronteriza.

En 1929 se pretendió alcanzar la paz, sino eso, el inicio de una amistad perpetua y la búsqueda armoniosa del arbitraje con Haití, respecto a un tema neurálgico para el régimen trujillista, que procuraba la delimitación territorial, probablemente imperfecta, pero al menos plural. Lo que era una necesidad y uno de los elementos constitutivos del Estado: el territorio; y de la población, la preservación de su origen hispánico.

La República Dominicana, con una extensión territorial de 48 mil 511 kilómetros cuadrados, delimita al oeste con Haití, límite que parte en principio de líneas trazadas por dos fuentes acuíferas y un amplio margen dejado al trazo imaginativo. Montecristi, Dajabón, Elías Piña, Independencia y Pedernales constituyen las provincias lindantes. Una región de precarias condiciones.

La ausencia de barreras en el espacio fronterizo es caldo de cultivo para la crítica de una vertiente nacionalista que la considera demasiado abierta a partir de su marco ideológico. Mientras, 311 pirámides de las 313 que hubo, ubicadas conforme a lo estipulado por el Tratado de 1929 y rectificado por el protocolo de revisión de 1936; simulan la materialidad de la delimitación, al margen del deterioro de los bornes y el evidente abandono.

La integridad del territorio dominico-haitiano es prioridad insistente y motivo de consenso en los acuerdos convenidos entre ambas naciones. Lo explica el artículo 5 del Convenio de 1867, donde se observa el compromiso explícito de no ceder ni enajenar tierras a favor de potencias extranjeras a fin de preservar el territorio. El ímpetu haitiano se justificaba por un pasado esclavista. El presente demanda la emigración para menguar carencias, acudiendo al llamado del instinto de supervivencia humana.

Desde Haití, el ingreso a tierra dominicana tiene puntos de control, pero con historias de ciertas inflexiones por parte de militares que dejan abiertas las sospechas colectivas. Trescientos noventa y un kilómetros es la longitud de la escisión y donde la “patria” encuentra lo finito de su extensión al margen de las pretensiones de unos y de otros. La frontera es reflejo de la política de Estado de dos naciones soberanas localizadas en el mismo territorio; un fenómeno limítrofe de confluencias e influencias ideológicas contagiadas de adversidades predominantemente humanas.

La línea que divide República Dominicana y Haití se caracteriza por el déficit de atención del Estado haitiano en contraposición con el empeño en reforzar la presencia militar del dominicano. Así, lo que una vez fue la política trujillista de dominicanización de la frontera en 1941, ahora se ha reducido a la mera militarización y al reforzamiento ocasional derivado de impases en el lado dominicano de la frontera.

Rol constitucional de carácter defensivo

La soberanía territorial no se basta a sí misma con tan solo pronunciarla o escribirla, requiere de la fuerza legítima desprendida del monopolio de la violencia para hacerse efectiva. La defensa de la soberanía y de los espacios que contienen la nación es una tarea del instrumento militar en su rol constitucional de defensa del Estado (art. 260 Constitución dominicana). La misión defensiva, la seguridad nacional, tienen conexidad con el desarrollo de la nación.

Al tratarse de una cuestión de defensa, las amenazas son externas. En el Ejército de República Dominicana, órgano de las Fuerzas Armadas en que recae, entretanto, la responsabilidad ineludible de controlar y defender el espacio que comprende la zona fronteriza, las amenazas que surjan en ella y atenten contra los intereses nacionales de seguridad o identidad cultural dominicana. La misión de seguridad terrestre del Ejército tiene el instinto de preservación del Estado y lo contenido en él, en cumplimiento de las políticas públicas en materia de seguridad y defensa que emanan en forma escalonada del Poder Ejecutivo como estamento estatal que ejerce el control civil-político sobre las Fuerzas Armadas.

El objeto de la defensa y seguridad fronteriza

La frontera terrestre es donde nace la soberanía. Las amenazas al territorio dominicano no se circunscriben a la “ola de color”-como la denominaría Danna G. Munro, citada por Balaguer en una carta del 9 de octubre de 1945, dirigida a distintas personas del gobierno colombiano respecto al tema de Haití- que inspiraría la política de RD frente a ese país de dominicanización de la frontera. Sino más bien, a un espectro geopolítico, donde convergen: lo económico, lo social, lo ambiental, la salud y un conjunto de factores culturales e ideológicos que hacen de ella, un marco referencial para las arengas políticas en materia de defensa del Estado.

En los espacios contenidos por la periferia, están los recursos para la supervivencia y donde tiene lugar el desarrollo, y como advertíamos antes, lo social, económico, cultural y político de la nación. Se desprende también, un conjunto de acciones que van desde la formulación de reglas para el tránsito binacional, hasta el establecimiento de acuerdos que hagan posible la convivencia entre dos naciones que vista desde la medicina, tienen características siameses; y desde la antropología, un sinnúmero de factores que distancian las posibilidades del establecimiento de unas relaciones recíprocas que les permitan subsistir partiendo del entendimiento sincero y la colaboración con desprendimiento mutuo.

La globalización ha cambiado este contexto. La variedad de materias que convergen en la seguridad fronteriza hace preciso entonces un pensamiento estratégico multidimensional y disciplinario. La inmigración ilegal ocupa gran parte del plan operacional del Ejército, pero, también el narcotráfico, la trata de personas, el trasiego de armas, de mercancías, combustibles,  vehículos robados, terrorismo y delitos ambientales que tienen lugar en la línea divisoria dominico-haitiana. La defensa, no es solo contra la inmigración irregular, hace énfasis además en los crímenes transnacionales que ponen en riesgo la seguridad e integridad del Estado y de la población dominicana, sus recursos y sus respectivos intereses.

La política migratoria exigua concierne al Ejecutivo y al Congreso. Mientras tanto, los esfuerzos del Ejército se abocan a la innovación e implementación tecnológica para eficientizar su misión institucional y constitucional en procura de una mejora sustancial del rol encomendado por la Carta Magna y en cumplimiento de la Ley de Estrategia Nacional de Desarrollo 2030 (objetivo general 1.4).

Estadísticas generales en el rol defensivo del Ejército

Alrededor de 8 mil soldados se despliegan a lo largo de la frontera. El esfuerzo se realiza sobre la base de una estructura organizacional y disposicional de 3 brigadas de infanterías; 6 batallones de infantería; 21 compañías; 35 destacamentos; 78 puestos; y entre 15 a 20 puestos de chequeos fijos o móviles. El despliegue de la fuerza terrestre con carácter defensivo es realizado por efectivos del Ejército concomitantemente con el Cuerpo Especializado en Seguridad Fronteriza Terrestre (CESFRONT), la Dirección de Inteligencia del Ejército (G-2) y Dirección de Inteligencia del Estado Mayor Conjunto del Ministerio de Defensa (J-2), etc.

La tarea extenuante de contrarrestar los ilícitos ha conducido a la creación de la Fuerza de Tarea Conjunta Interagencial (FTC-1), Cerco Fronterizo. Copey (Montecristi), Los Pilones (Azua) y Jicomé (Valverde), una tríada en el refuerzo de la seguridad fronteriza. El Ejército, la Armada dominicana, la Fuerza Aérea de la Rep. Dom.; y agencias gubernamentales, integran las bases interagenciales, creando una sinergia y entre ellos, una plataforma de interacción. “Seguir desarrollando los centros de control de videocámara y vigilancia”, es la determinación del comandante general del Ejército de la República Dominicana, Estanislao Gonell Regalado. La unión interinstitucional ha revitalizado y concretizado la fuerza terrestre. Se ha cimentado un clima de alianzas para dicha misión.

De acuerdo con el informe estadístico del CESFRONT de enero-marzo 2019, alrededor de 15 mil 508 inmigrantes con estatus irregular fueron detenidos; solo dos no eran haitianos. Por su parte, la Dirección General de Proyectos, Programas y Estadísticas del Ejército de Rep. Dom., en otro informe parecido, del primer trimestre de 2019, arrojó que el flujo de personas en la frontera dominico-haitiana fue de 75 mil 755 con entrada legal; 54 mil 096 con salida legal y un estimado de 35 mil 280 personas fueron enviadas a migración. Otros datos aportan la detección de mercancías de procedencia ilícita.

No obstante, para el dominicano, el resultado del control migratorio no es del todo efectivo o simplemente, desconfía en las estadísticas oficiales, y apoya su creencia en la cantidad de inmigrantes que observa en el territorio. La percepción es cultura dominante.

Huellas del hambre en un mercado irregular

La sola mirada al paso fronterizo en donde fluye el intercambio comercial, da la sensación de que un mar humano esparce sin control la oleada de precariedades que lastra desde el lado oeste, las penumbras de un pueblo que pretende comprar y vender productos de consumo masivo… lo más distante a un verdadero mercado.  Esto ocupó la atención y la mirada atónita de los foráneos. Hombres y mujeres haitianos, empujando carretillas, transportando pesados sacos y cargando sobre sus cabezas: enormes cajas, cartones de huevos y todo cuanto pudiera generarles divisas para la compra de alimentos. Buscando a veces una brecha donde establecer temporalmente su empresa.

Los rayos solares distorsionaban la perspectiva del tiempo. El vapor y el polvo nublaban la visión, y, a lo lejos una edificación de colores pálidos se destacaba entre el mar de gente, señalando que estábamos al norte de la frontera. En ese punto geográfico, la circulación de personas era dinámica. En el cruce formal Dajabón-Ouanaminthe, militares resguardaban la puerta de acceso al territorio con fusil en mano, símbolo de la fuerza en medio del caos que produce el desconocimiento de las leyes 285-04 de migración y la número 216-11 que regula el establecimiento de mercados fronterizos.

El puente estaba surcado de óxido. Debajo, una débil corriente de agua corría entre las rocas y arena del río Masacre, y, el paso irregular de los que evitan el chequeo aduanal ante la mirada compasiva de los que allí custodiaban. En medio, una haitiana defecaba sin el menor miramiento sobre la corriente pluvial.

Al sur, se reproducía la misma atmósfera del norte de la frontera. Era la extensión finita de un escenario de actividad comercial improvisada y desorganizada a pesar de estar regulada. En Jimaní, el mercado era escenario de un polvoriento camino y a cada lado, puestos de venta. El olor a arenque, sopita, sazón criollo, detergentes y enlatados volatilizaba en el espacio. La fiscalización aduanera era caótica o nula aquel viernes, no obstante, la presencia de militares surtía un efecto disuasivo sobre los vendedores. El marco de actuación de la fuerza terrestre en la frontera llenaba, con limitaciones, un vacío de reglamentación en el intento de aplicar la ley dominicana de mercados fronterizos. Todo ello, sin aparente control de calidad de los productos ni estándares sanitarios, y, sin un doliente que vele por el establecimiento de un régimen de supervisión para suprimir los riesgos de enfermedades contagiosas. La garantía para el consumidor es tema ignorado.

Vista panorámica de la adversidad fronteriza:

En el paso fronterizo entre República Dominicana y Haití, el contraste del paisaje es palpable. A primera vista, no parece una zona de posibles conflictos, sino, de grandes ausencias materiales. La autoridad presente es la del Ejército, a un paso, en un acto de traslado inmediato está Haití y sus habitantes, quienes cargan con la artillería de las políticas públicas fallidas de su historia accidentada. Los infortunios de Barriga Verde en Cosas Añejas de Penson, recobran vida en cada vientre de un infante haitiano en la frontera, cuya fisionomía da apariencia de estar en Zimbabue.

Las provincias fronterizas son para el Estado dominicano, el escenario de despliegue de la defensa y seguridad del territorio, pero sufren el letargo de un desarrollo que ha atascado la región en el tiempo. La realidad social es un golpe que nutre la desesperanza. Según el Programa de las Naciones Unidas, en un reciente estudio, en el mapa de desarrollo en Rep. Dom., se “evidencian limitaciones mayores en las provincias fronterizas que muestran menores niveles de desempeño que el resto del país”. Los altos índices de pobreza en la región incentivan la emigración a las grandes ciudades del país, convirtiendo el espacio en tierra baldía, lo que estimula la ocupación pacífica por inmigrantes irregulares.

La visión hostosiana de frontera semoviente o -frontera humana- es una propuesta ante una población dominicana menguante para detener el asentamiento de extranjeros de este lado de la isla. Mientras tanto, solo los efectivos del Ejército son permanentes en la desolada frontera.

En el aspecto medioambiental, el tema suele ser más serio de lo que muchos imaginan. La profanación del hombre a la madre naturaleza para saciar su miseria de manera consciente y, a veces, inconsciente, le ha causado llagas incurables a una tierra inocente que les permite la supervivencia. La deforestación es negocio para algunos, sustento para otros; y cáncer para las montañas. No obstante, el Ejército ha tomado iniciativas al respecto, se han constituido en centinelas de un medio ambiente en estado de salud intensivo producto del descuido. Y en la visión de un hombre… medidas y acciones renovadas, y así, el Ejército demuestra con tesón que cuando se ha alcanzado algo, aun es preciso volver a empezar.

FUENTE: acentodigital

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